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Viernes, 1 de mayo de 1998

Diario ABC

Duodécima corrida de la Feria de Abril: A Curro Romero se le durmieron los brazos a la verónica para soñar el toreo

Vicente ZABALA DE LA SERNA

Curro Romero montó un alboroto de tal calibre con el capote que hasta los cimientos de la Maestranza temblaron. Qué manera de torear, qué belleza, qué empaque, qué cintura, qué lentitud, qué arte. Nacían las verónicas ya paradas de sentimiento, y mecían la embestida hasta hipnotizarla. Además, después, Romero dejó pinceladas y muletazos con el empaque y el aroma de su toreo camero y dio una clamorosa y emocionante vuelta al ruedo.

Iba la corrida cuesta abajo cuando a Curro se le durmieron los brazos, y se olvidó de todo. Mecía las embestidas a la verónica y las paraba en esculturas calladas. Torear tan despacio, torear así, a un toro de salida no es posible si no se tienen las muñecas partidas. ¿Cómo quieren que luego maten las mismas manos que acarician con tal suavidad el aire y crean monumentos y enamoran, caídas como ayer, cuando cae la tarde? Cuando se cerró la media, la plaza se había convertido en un manicomio, en un maravilloso manicomio. Los oles brotaban desde los tendidos hacia arriba, hacia el cielo, hacia Camas. Bendita locura de seguir toreando a su edad, porque momentos así no los congela ni los cincela nadie más que él, nadie más que Romero. Lo acaecido en la Maestranza raya lo inenarrable. Sería imposible que el cronista con su torpe pluma plasmara con toda la intensidad el éxtasis vivido.




Diario EL MUNDO

Curro Romero explicó por qué el toreo es otra más de las bellas artes

JAVIER VILLAN
ENVIADO ESPECIAL
Una vez, con ánimo de cargarse las veleidades taurófilas de la redacción en que trabajaba, Eugenio Noel hizo una encuesta sobre los acontecimientos decisivos de este siglo. Y salió, entre ellos, «seis verónicas de Belmonte sin enmendarse».

Pues eso; ayer en La Maestranza Curro Romero engendró, parió y elevó a los cielos seis verónicas, seis o más, sin enmendarse. O enmendándose poco. Pero eso es lo de menos. Seis verónicas, seis o más, sin necesidad de enmienda. O de poca enmienda. Como aquéllas de Belmonte que hicieron crujir los fundamentos científicos y antitaurinos de Eugenio Noel.

Hubo algo más: hubo el tiempo en otras dimensiones; hubo el ritmo, la cadencia y el sentimiento profundo. Y un molinete airoso. Y, todavía, algo más insólito en estos días: hubo una trabazón de la faena, aunque no redonda, que no fue un goteo intermitente de pases aislados, sino un argumento: una arquitectura. De esa faena, en especial, tres redondos de majestad; las trincherillas como un golpe de ala, de ala de pájaro inmaterial; algunos medios naturales que parecían enteros por el empaque; un pase de pecho.

Voluntad y arte; drama y desasimiento, espiritualidad y materialidad, cuya síntesis es un estado de perfección y pureza.

Curro Romero prescindió de la técnica, que la tiene y que había exhibido en el primero. Mi teoría sobre la técnica de Romero es muy sencilla. Primero, con el capote, hace creer al toro que es toro de lidia. Luego, con la muleta, acaba por desengañarlo; machetazos leves, leves toques a los costados; como si en vez de preparar al toro para la faena, lo preparara para la muerte.

Naturalmente, el toro se prepara para la muerte, y de allí no hay quien lo mueva. Lo que Curro ha hecho en esos breves momentos de castigo chapucero es labor de filosofía didáctica: ha convencido al toro de que no ha nacido para embestir. El toro se lo cree y se para. Esto es lo que hizo ayer en el primero; en el segundo prescindió de esa sabiduría y derrochó el arte a torrentes; prescindió de esa técnica inhibidora e inundó la plaza con un sentido de la tauromaquia intemporal. Es difícil ponerles diques a la emoción y al arte. Sobre todo, cuando esa emoción y ese arte vienen, pausadamente, de la mano férrea y suave, terciopelo y hierro, de Romero.

El delirio, la comunión de los santos, la procesión en pos de la eternidad. O sea, Curro Romero. Si llega a matar, le entregan La Maestranza entera. Pero yo creo que mata mal porque les tiene alergia a las orejas: las orejas son una grosería peluda impropia de artistas inmarcesibles como Romero. Por eso, creo yo, pinchó: para no manchar sus manos divinas con la vulgaridad de una oreja.




Diario EL PAÍS

Ese Curro incombustible

JOAQUíN VIDAL, Sevilla

Curro Romero torea a la verónica al cuarto toro (Rodríguez Aparicio). Curro es un permanente renacer. Curro Romero se reaviva de sus propias cenizas y aparece de súbito hecho un torero juvenil y rozagante, valeroso y artista que va y pide pelea. Ese Curro Romero exclusivo es incombustible; como el propio arte de torear.

Las verónicas con que recibió al cuarto toro fueron gloria bendita.

Las verónicas con que recibió al cuarto toro fueron un cúmulo de valor, de técnica, de arte. Y enloquecieron a la afición.

El toro se iba suelto, trotaba abanto abriéndose de las tablas y querían intervenir los peones, pero Curro Romero no les dejaba. Curro Romero había visto la condición del toro tan pronto apareció en el redondel.

Qué ciencia infusa, qué genio intuitivo posee Curro Romero para conocer la catadura de los toros en cuanto asoman el morro por el portón de chiqueros constituye un insondable misterio. El caso es que según plantaba el toro la pezuña en el albero Curro hacia otro tanto con las zapatillas y ya estaba presente dispuesto a torear. Al cabo de unos cuantos galopes alocados del toro por los medios Curro lo trajo al tercio, le desengañó de sus querencias, le fijó en el engaño, le enjaretó en un palmo de terreno lo menos diez verónicas inmensas y las abrochó con media verónica de cartel.

La Maestranza, ya se puede suponer, se convirtió en un manicomio. El gentío alborotado y en pie, unos se echaban las manos a la cabeza, se abrazaban otros y todos se rompían las manos de aplaudir mientras la banda soltaba al viento sus más jubilosos sones.

Estaba lanzado Curro e hizo dos quites a la verónica. Uno detrás de otro. Todo el toro había de ser para él. Mecía el lance con una lentitud asombrosa y restallaban estruendosos los ol&ecute;s. Lo malo fue que no había toro. En el segundo quite se acabó el toro. Se acabó sin remisión al tomar la tercera verónica. Tal cual humillaba perdió el control, cayó de lado, se pegó la gran costalada y quedó en desairada posición, patas arriba, sorprendiendo al personal con la innecesaria exhibición de lo del día de la boda.

Aún habría más Curro, más toreo, más arte; pero sin toro. De todos modos aquel toreo de capa quedó plasmado para la historia; su regusto, para engolosinar de por vida los más exigentes paladares; sus formas, como ejemplo de lo que es el arte de torear.

El único toro entero de la corrida salió en primer lugar, Curro Romero lo capoteó bien y en cambio con la muleta se limitó a trapacear. Como si estuviera acabado. Pero renació de sus cenizas en cuanto vio salir al cuarto y tras poner boca abajo la Maestranza con las verónicas tomó la pañosa y se emborrachó de torear. Aprovechando la nobleza del toro, y seguramente tambi&ecute;n su invalidez, le dio pases de todas las marcas, varios de ellos rescatados de las tauromaquias añejas. Todos los pegapases juntos son incapaces de dar al cabo de una temporada entera el riquísimo repertorio que Curro Romero desplegó en sólo tres minutos de faena.

Por eso es el faraón. ¿Algo que objetar?




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