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Domingo, 26 de Abril de 1998

A continuación transcribimos las crónicas aparecidas en los principales diarios del país sobre la actuación de Curro Romero ayer en la Real Maestranza de Sevilla.

EL MUNDO
JAVIER VILLAN (Enviado especial)

SEVILLA.- Romero estuvo breve. Y yo lo celebro. Aunque no me atrevo a extraer de ello conclusiones definitivas. Tan discutible me parece queFOTO: FCO. SANCHEZ lo bueno, por breve, sea doblemente bueno, como todo lo contrario: que lo malo duplique su maldad en proporción a su brevedad. Curro, en el primero, estuvo breve y mal; breve a secas; y mal a secas. Abanicó al toro. Y como La Maestranza era un horno, el abaniqueo de Curro por una y otra oreja, por uno y otro costado, a lo mejor fue cosa del calor: un acto de misericordia para aliviar al desfalleciente torrestrella de los rigores de la canícula.

Le quitó las moscas, que dice la jerga taurina cuando la muleta, sin arte ni concierto, revuela por la testuz del toro. A lo peor, fue cosa también de las moscas, que las moscas son cosa del calor tórrido y ayer debía de haber muchas en La Maestranza.
Romero estuvo breve incluso matando.

Pero en el cuarto le sonó la música interior, enmudecieron los clarines del miedo y Curro Romero buscó la purificación en el éxtasis colectivo. Bastaron unos esbozos de verónicas inconclusas para que se armara el alboroto; bastó verlo acercarse marchoso a la cara del terciado torrestrella para que a las buenas gentes de la taurofilia racial se les ablandaran los sesos, como al buen quijano cervantino al que inundaban cuajada y requesón de la bacía del barbero, y creía que un yelmo le había derretido la sesera. El brindis a la madre del Rey debió de ser muy elocuente...

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VICENTE ZABALA DE LA SERNA, EN ABC

De menos a más Romero se desentendió de su terciado primer enemigo desde un principio. Había sacado el «torrestrella» muchos pies. Ahora, que para pies, los de Curro. El Faraón de facultades y aspecto anda formidable. No bastaron dos puyazos largos para frenar y atemperar la movilidad del animal, que iba y venía incansable. Joselito intentó el quite a la verónica. La cosa quedó en intento.

Apenas comprendí al toro en la muleta. Aún no sé si sacó genio o es que se cabreó ante los continuos cortes que el camero le daba a los viajes sobre las piernas. Y qué piernas. Ni Pepe Legrá, el Puma de Maracoa, en sus tiempos gloriosos. Acertó hábil con la estocada delantera y desprendida. Y todos, tan contentos.

Sin embargo, Curro pidió árnica y la enmienda ante el cuarto, y pronto se plantó a pararlo. Poco a poco, tras breves lances de tanteo, se estiró todo su empaque pinturero, que a la verónica fue hilvanando apuntes y apuntes que sólo se convirtieron en obras completas una o dos veces. Pero el verdadero mérito, más que en la culminación de cada capotazo, residía en el valor de caminar con la mirada puesta en la boca de riego y andar hacia ella. Hubo oles y palmas de celebración que no tuvieron continuidad en un quite posterior del decano del escalafón y otro de Joselito. Marcó en ambos el «torrestrella» un cambio a peor. No fue óbice el empeoramiento para que Romero brindara a la Condesa de Barcelona, fiel seguidora suya. Le ofreció la muerte de su enemigo y un valor honrado y el esfuerzo de querer encontrar agua en un pozo seco de bravura. Ponía Curro tanto afán que hasta pegaba zapatillazos, algo tan contrario a su estilo, para sólo recibir respuestas defensivas que terminaban en enganchones. De la apostura del quite y de toda la voluntad desplegada únicamente brilló un medio pase, flor perenne de un día. Volvió a prevalecer el valor, un valor que nunca ha sido en él a la hora de matar, como así ocurrió. Desde la media «espantá» por los adentros, rápida y fugaz, extendió el brazo para dejar una estocada caída y delantera, mortal y definitiva. Un instante después, cuando el toro dobló, la sonrisa se esbozó en el rostro del torero, que recogió la montera de manos de Doña María y una fuerte ovación desde el tercio.

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