 | ANTONIO BURGOS John Fulton | |
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La tarde está metida en tambores que ensayan junto al río. Se barrunta la primera blanca flor en los naranjos. Vengo de querer verte, torero, en la clínica. La misma donde vi con una corná al niño de Pepe Luis, la de las noches de dolor tras la cogida. La tuya, John Fulton, ha sido gorda. Cornada de la vida, aunque entraras en la enfermería por tu propio pie, que el pundonor es algo que nunca perdéis los toreros. Los datos tuyos, John, que tendrá probablemente la niña de urgencias anotados en el ordenador, dicen que naciste en Filadelfia, año arriba o año abajo del año en que nació Curro en Camas. Pero el corazón está donde ha nacido no a la vida, al amor, que dijo el poeta que leías. Tu corazón, el que te pegó la corná de esta Talavera entre tambores de primavera, de este negro Pozoblanco del azahar por florecer, estaba aquí en Sevilla. Yo te vi debutar en Sevilla. John Fulton Short "El Yankee", ponía en los carteles. Me acuerdo de tus ganas, entre la guasa, ay, Curro Camacho, siempre la guasa: --- Ná, éste es uno que tomaría café allí en su tierra con Sydney Franklin y que se le ha metío en la cabeza ser torero... Y luego dicen que Sevilla no pide el carné de identidad... A ti te lo pedía a cada instante. Vengo, John, de querer verte en la clínica, y a Curro Camacho le han llegado al alma, como otra corná, los desprecios, los olvidos, los vacíos de esta ciudad que quisiste, que espero que aún sigas queriendo, porque no quiero creerme eso que me cuentan de que tienes vida vegetal. Por tu decidida voluntad de sevillanidad, pienso, ay, en un jazmín. Me resisto a creerte vegetal, tú que tan líricamente humano y mineral de pintura color sangre de toro, artista, eres. Torero, pintor, artista. Y obstinado enamorado de Sevilla. En tu galería de la plaza de la Alianza ahora; con el capote y la muleta antes. Y sin que nadie te comprendiera, en tu entrega a Sevilla. Su nombre llevabas por el mundo, con los libros al alimón con Robert Vavra, y nada. Su nombre llevabas por tus Estados Unidos con tus pinturas, y nada. Porque siempre fuiste, John, hombre de frontera. Toreaste muchas veces en Tijuana, y esa frontera te marcó. Tú sabes más que nadie de las interiores fronteras de Sevilla, de esos terribles fielatos donde está el consumista de Juan Ramón pinchando siempre los serones: --- ¿Va argo? Leíste a Hemingway y te enamoraste de España. Otros se van a San Fermín, a emborracharse y a correr delante de los toros. Tú te viniste a Algeciras y a Sevilla, para ser torero. Los americanos empezaron a considerar que ya no eras de los suyos, por esa locura de ser torero. Pero los andaluces tampoco te consideraron nunca de los nuestros, por esa locura tuya de entender el toreo como una de las Bellas Artes, la ilusión misma con que acababas de dibujarle a Curro los nuevos vestíos, seda pura como tú. La frontera, John, la terrible frontera de quien no pertenece a otro mundo que al de la belleza, que busca en cada momento de su vida como tú la vienes buscando. Y la delicadeza de tu hombría de bien. La última vez que nos vimos, John, ¿recuerdas?, mañana de lluvia de enero, fue frente a la Catedral. Ibas con El Niño del Sol Naciente. Me ibas a hablar del racismo de las fronteras de Sevilla contra el japonés. Con tu delicadeza, para que él no lo oyera, le dijiste con ternura: --- ¿No tenías que ir al banco? Anda, ve y espérame allí... Y sólo entonces me hablaste de la difícil geografía de las fronteras de Sevilla sufrida por Sol Naciente. Sin odios. Comprendiendo. Por eso comprenderás, John, el doble dolor de Curro Camacho, al ver que en esta clínica, cuartito de los cabales de la amistad, no hay el reguerito de la gente del toro , sino la terrible soledad de tus fronteras. Salgo, y la tarde está metida en tambores. El jazmín lunero, vegetal, no sabe que ahí dentro hay un artista que todavía tiene la coleta de lo que nadie, ni Sevilla, puede negarle que es: torero. |
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Antonio Burgos El Recuadro, 13/02/98 El Mundo de Andalucía |
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