La espectacular sencillez del último genio,
una gentileza de Angel Cervantes.
Primavera en Sevilla, 1998.
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¿Deben temblarle, al menos un poco, las piernas al periodista que tiene la fortuna de intercambiar impresiones con alguien que ha sido capaz de traspasar la frontera de la lógica solamente con un capote y una muleta en las manos? En absoluto. El reto, hablemos del estricto cumplimiento de una aspiración profesional de primerísimo
orden, se salda con una impresión gratificante: Curro Romero, al fin a un metro escaso, habla, piensa y siente de la misma forma que interpreta su profesión. ¿Cómo?
Con una sencillez apabullante. Hay que contarlo con detalle.
Una camisa a cuadros azules, un pantalón vaquero beige, unos lustrosos zapatos
cartujanos de cordón. Un atuendo insospechado en cualquier otro hombre que hubiera visto la luz en la década de los treinta. El hilo musical que inunda el espacio en el hall del hotel en que nos ha citado viene a jugar el papel una especie de bálsamo emocional. "Manolo -le habla a Manuel Cisneros, algo más que su apoderado-, vente a charlar un ratito con nosotros". Elige la mesa, saca un paquete de cogarrillos americanos, pregunta: "Esto no será muy largo, &191;verdad?". Tratamos de expli;carles que no, que la charla va a ser fluida, los temas concretos. Se pone cómodo, enciende un pitillo -hay que ver lo bien que fuma Romero- y se dispone a escuchar.
Acaba de bajar de una habitación que ha hecho las veces de sastrerí;a improvisada. Los colores, maestro, para este año. "Más o menos en la misma lí;nea de siempre, esos
tonos que me van, porque tampoco es que tenga mucha variedad donde elegir". No
es difícil;l aventurar hacia los adentros: verde, burdeos, marino tal vez. Se fija uno en la tez del rostro, inequívocamente morena. Este año, le recuerdo, la
preparación se ha desarrollado exclusivamente en el campo. "Los tentaderos -dice-.
Es bien bonito torear en el campo, con poquita gente, se está mucho mejor. Además me
viene muy bien; se adquiere más agilidad, ya que las becerras son ligerillas y
demás". Se sabe que los aficionados se alegran cuando saben que Curro Romero va a tentar esta tarde: "Só, cuando me ven se ponen muy contentos. No soy torero de excesos... La medida del tiempo, como digo siempre. Cuando le he pegado a una becerra veinte o veinticinco pases no tengo por qué insistir, ya está todo hecho".
La Feria de Abril de 1998. De entrada cinco tardes, cuatro más una en San Miguel. La ilusión, después de tantos años "sigue siendo la base. Si no hay ilusión en medio del riesgo -sentencia- se hace muy difícil vestirse de torero". Hay algo más; tiene que haber algo mós. ¿Podrá existir alguna explicación concreta que desvele el
inmejorable estado físico de este hombre? "Hay que intentar hacer una vida normal
-lo recalca-. Y, eso lo sabemos todos -dice riéndose-, para cuidarse hay que tener,
hay que tener..." ¿Voluntad? "Sí, voluntad.". &191;Algo interno, un espíritu distinto,
superior? "Eso, indudablemente ayuda mucho -se anima la conversación por segundos-
Me decía un banderillero muy viejo, Blanquito, que algunos toreros cuando se hacían
con dinero se volvían muy aburridos en la plaza. Es lo que comentabas: si no hay algo por dentro aquí está uno de más."
Parece claro que aquí algo ha cambiado. ¿Es Curro Romero, a día de hoy, un torero más dispuesto? "Puede ser que la suerte me acompañe más ahora, ya sabes cómo tienen que salir mis toros. ¿Para qué aburrir a la gente?" Y si la vida en lo particular
me sonríe, pues miel sobre hojuelas: "Como a cualqui;er ser humano. Es muy importante,
sá, estar rodeado de gente cariñosa".
Esa disposición parece haberse trasladado a la actitud externa de un hombre siempre
caracterizado por sus reservas a mostrarse a los demás. "Es que -se queja bajito, como bromeando-
mis cosas no tengo por qué decírselas a nadie. Pero sí es verdad que ahora me he abierto un poquito más. Además como persona no creo que sea desagradable". Al contrarI;o. Me acuerdo sobre la marcha que su hija comienza a dedicarse al peri;odismo, hace "sus primeros pinitos. Ya me ha dicho, eso sí, que jamás me pedirá
una entrevista. Claro -ironiza- mejor que ella no me conoce nadie".
La naturalidad. Para el que escribe es la virtud más valiosa que sustenta el
toreo de Curro Romero. "Es -dice- un factor muy importante. Hay que ser como
se nace; si estás tocado por una varita, mejor que mejor. Creo que hay que reunir,
además, muchas cualidades, para seguir en esto después de tantos años."
El toreo seg&ucute;n el decano de los matadores en activo. Se palpa que disfruta cuando
habla de los pormenores de su estilo. El capote, para empezar: verónicas y medias
de remate, "aunque alguna vez haya hecho alguna que otra revolera...Pero no me gusto.
lo mío es torear más despacio, el toreo que tiene posición, que es como me siento; me
gusta obligar a los toros, cambiarle las trayectorias, no hacerlo superficial,
en línea recta". La muleta, más matices, formas distintas de rematar las suertes,
esos desplantes" en su tiempo, en su momento. Uno no lleva pensado nunca nada,
eso es lo bonito, lo que va saliendo. Eso no se puede explicar -comienza a hablar
algo más depri;sa-. Sale uno con la espada y la muleta, aunque sabes más o menos
como es el toro, y a veces dudas, o es el toro el que no rompe". Se improvisa
en el toreo, se improvisa en las explicaciones: es imprescindible improvisar.
El permanece y los demás pasan. Un ejemplo palmario: Antonio Ordóñez, Francisco
Rivera "Paquirri", Francisco Rivera Ordóñez. Abuelo, padre, hijo y Curro, muchas tardes,
muchos toros. "Sí, sí -dice mientras va escuchando los nombres-, es una sensación muy
bonita. Estar ahí, demostrar de vez en cuando que ti;enes menos edad de la que
marca el calendario. Pero cuidado -advierte-, los públicos no son tontos.
Por mucho que me quieran, y yo los quiero a ellos, van a ver, quieren ver,
lo mejor de uno". Los públicos, los responsables directos de que a este
hombre se le haya elevado a la categoría de mito en vida: "Todo esto de los mitos
está muy bien, pero el premio más grande es que el público me siga esperando
con el mismo interés de siempre". Le esperan, le hablan, le tocan: "En la
calle Iris me dicen muchas veces "vamos a ver el arte", y eso te ayuda. En
cambio en otras plazas me dicen "a ver como te portas", fíjate que diferencia:
te desmoronas".
Son los rigores que han de soportar los toreros con personalidad.
Por cierto: se repite hasta la extenuación que hoy se torea mejor. ¿Se echa en falta
tal vez la personalidad en los ruedos ? "En los años sesenta habáa
toreros con mucha personalidad, tanta como variedad en sus estilos. Ahora, es
verdad, parece que se hacen las cosas de manera muy similar". Las consecuencias de
torear mucho y donde sea. No es Romero un diestro al que haya que mirarle mucho
los números, en el buen sentido de la palabra. Pero recuerda que "hace muchos
años llegué a tener cerca de cincuenta corridas. Aunque no llegué a torearlas
todas, sí; hubo semanas que tuve que salir al ruedo tres o cuatro días seguidos.
Y no me encontraba, no sabÍa donde estaba, donde tenía la cabeza. La medida de
las cosas -insiste-: hay que evitar la rutina".
Y es que hay plazas y plazas, ferias y ferias, públicos y públicos. "En las
ferias de pueblo-puntualiza- la gente bebe mucho, van a una corrida al año...
Es otro planteamiento. De echo se ha dado el caso de anunciarme en una
determinada plaza, triunfar con fuerza y decirme para mis adentros "ya no
vengo más". Tengo mis plazas y sé donde el público entiende mi arte".
A todo esto, Manuel Cisneros asiste a la conversación sin añadir una sola coma.
Torero y apoderado comparten una confianza total; apenas hace falta intercambiar
un par de miradas. "Manolo - le piropea - es un romántico de esto, tiene la
sensibilidad a flor de piel. Ojalá le hubiera conocido en mis principios.
Estamos de acuerdo en todo, lo vemos del mismo modo; El sabe mejor que yo
donde se puede ir a torear y donde hay que decir que no".
¿Torea Curro Romero mejor que nunca? Recuerda su debú en la Maestranza, "Todavía
me dicen algunos que aquella tarde ha sido la más importante, que toreé mejor que
nunca. Hice cosas de una pureza tremenda algo bastillo todavía". ¿Torea cada
día mejor? "Cada día va matizando uno más las cosas, va depurándose, es
importante progresar".
Un día cualquiera en la vida de Curro Romero es una búsqueda intensa "de la tranquilidad, en estos tiempos en que es complicado, con tanta gente alrededor".
Gente alrededor, gente que habla y siente, gente que llega a decir aquella
frase:"Quien no quiere a Curro no quiere a su madre". Es humilde y se ríe.
"La exageración, ya se sabe, es cualidad nuestra". Es humilde hasta para
pensar en la forma de despedirse, "en silencio, como toreo y como vivo,
después de cortar dos orejas o de vivir la tarde más negra. Un día llegará el
momento y punto". ¿Con setenta años en el patio de cuadrillas ? "Es muy
difícil - admite -, pero hace tiempo que me vengo haciendo preguntas, hasta
cuando, y van pasando los años y no pasa nada. Tampoco necesito mucha fuerza
aunque hay que estar muy preparado, estar bien con el toro que embista."
Sueños por cumplir, a estas alturas. "Mi mensaje -afirma como si comenzara en esto
-siempre tiende a poner contenta a esta plaza, y cada año más, con tanta velocidad,
tanta trampa. Que yo pueda en tres minutos ponerlos cachonditos, más o menos. Eso es una maravilla. Soy muy feliz, de verdad, cuando veo esas caras, esas risas, esas expresiones de entusiasmo."
La recta final de la charla se acerca, con medida -"la medI;da de las cosas", sentenciaba- al corazón. ¿Es usted feliz? "Claro, claro que
que soy feliz. Es cuestión de suerte también. Por mucho que se busque la felicidad ésta tiene que venir dada. Cuando llega uno se tiene que agarrar como a un hierro ardiendo, ésa es la verdad."
Un mito, un torero inolvidable, un artista genial.
Llegará el día en que a Curro Romero se le recuerde a partir de una frase sentenciosa.
"Uf, es difícil, me cuesta trabajo decirlo." Un torero inolvidable, tal vez
-le echamos un capotillo-, "sí, sí, un torero inolvidable, me parece que es lo más. Perfecto, perfecto".
Pues con esto... Curro Romero sonríe:
"¿Ya está?". No ha sido largo, ¿verdad? "No, no, me ha gustado, y he hablado bastante, ¿eh?. Se ríe, se relaja, enciende el segundo cigarrillo. Cambiamos impresiones en otro tono, distendido, relajado. Ha sido un rato inolvidable. Uno lo mira a los ojos, recapacita y recuerda: "Claro, claro que soy feliz". Claro: así se comprende todo.
Que dure, maestro.
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