TOROS:
cuatro toros de Victoriano del Río, aceptablemente presentados y de muy buen juego. Todos
aplaudidos en el arrastre y el tercero, premiado con la vuelta al ruedo. Y dos para
rejones de la ganadería de «Jaralta» que resultaron manejables.
MATADORES: Antonio Chenel «Antoñete»: estocada contraria y descabello
(silencio); y estocada y dos descabellos (dos orejas).
Curro Romero: estocada contraria (una oreja con petición de la segunda);
y estocada casi entera (palmas).
REJONEADOR: Alvaro Montes: dos pinchazos y medio rejón (una oreja); y
rejón (palmas).
INCIDENCIAS: la plaza registró más de un cuarto de entrada, en tarde
nubosa y fresca.
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Una magistral lección del arte de torear, en la más expresiva acepción de la palabra
arte, a cargo de «Antoñete» y Curro Romero, premiados con dos y una oreja,
respectivamente, tuvo lugar ayer en Jaén.
No necesariamente cualquier tiempo pasado fue mejor, pero en el toreo se agradece una
barbaridad cuando aparecen formas y tipos que ya habian pasado a la historia. Una historia
desde luego reciente, que todavía está viva, y que tiene por protagonistas a
«Antoñete» y a Curro. Madrid y Sevilla, casi nada.
De los dos siempre se puede esperar algo bueno, aunque sin exageraciones por aquello de
que los años no perdonan. Y eso fue el milagro de la tarde: la generosidad en calidad y
cantidad del buen toreo. Cada uno en su estilo y apoyado en su particular técnica, y para
sorpresa de propios y extraños, esta vez sin esos condicionantes de la edad.
Una delicia ver torear a Curro, y no se diga a «Antoñete», a pesar de que cada uno se
reservó en uno de sus respectivos toros. El madrileño no estuvo a gusto en el que abrió
plaza, con algún que otro paso atrás, y desde luego muy breve.
En el quinto, por contra, dictó una lección magistral. Conocimiento exacto de terrenos y
distancias y magnífica aportación del temple. La figura muy asentada y las «muñecas
rotas», un toreo de maravilla. Y como entre otros aditamentos la faena tuvo también
estrecheces y ligazón, mucho ritmo y armonía, aquello fue la locura.
La plaza se venía abajo de olés y frenéticos aplausos, de gritos a coro de
«torero-torero», mientras se sucedían las series de derechazos y naturales salpicadas
con los cambios por detrás, trincherillas y de pecho.
Curro se explayó en el toreo a la verónica, de genial interpretación, en los lances de
recibo a su primer toro, en un quite posterior en este mismo y en su turno en el segundo
del compañero. Lances majestuosos por la cadencia en el movimiento, meciéndose el torero
al acompasar con la cintura. Las tres intervenciones con el contrapunto de la
correspondiente media verónica: espléndida sucesión de monumentos al toreo de capa.
Por si faltaba, Curro se empleó también con la muleta en su primer toro, aunque no con
tanta continuidad, pero con mucha hondura y sabor en pasajes sueltos. Faena de detalles,
pero de muy buenos detalles, con sobresaliente en los remates de trinchera. Le pidieron
con fuerza la segunda oreja, que el presidente no quiso conceder. En el otro ya no estuvo
el camero por la labor, tomándose más precauciones de la debidas.
Alvaro Montes no desentonó en tarde de tanto brillo de parte de los veteranos. Algo
desigual al clavar en su primero, y más entonado en el último, buscando siempre al toro
de frente para procurar hacer las reuniones al estribo. Uno de sus fuertes es el par al
violín, que practicó con eficacia en sus toros.
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