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Viernes, 14 de mayo de 1999

A continuación transcribimos el artículo firmado por Francisco Orgambides y publicado en el Diario de Cádiz..

La esperada corrida del arte quedó deslucida por el ganado Los toros de Juan Pedro Domecq no ofrecieron el juego apetecido.




Feria taurina del Caballo en Jerez


TOROS: seis de Juan Pedro Domecq desiguales de presentación \012el primero justito- y de escaso juego. Una corrida con poca fuerza y casta en la que el sexto se echó en el último tercio y el tercero, mansote, tuvo más recorrido.

MATADORES: Curro Romero, de verde oliva y oro sin golpes, estocada baja (Ovación que no recoge tapándose) y media pescuecera y dos descabello (Silencio).
Rafael de Paula, de verde y oro, dos pinchazos -aviso- y descabello (Palmas) y tres pinchazos, media tendida, dos descabellos -aviso- y ocho descabellos (Silencio).
José María Manzanares, corinto y oro, dos pinchazos, pinchazo hondo y descabello (Saludos desde el tercio) y media tendida (Silencio).

CUADRILLAS: monterazo de Alcalareño hijo tras aprear al cuarto.
INCIDENCIAS: tres cuartos largos y calor.



Los toros que soltó Juan Pedro Domecq ayer en Jerez no fueron los mismos del milagro maestrante de Feria de Abril, ni muchos menos.

La corrida fue muy desigual de presentación, de muy diferentes hechuras los toros, y además sus desparejadas formas no escondían mucho dentro. El ganado no fueron propicios para este género de toreros, a excepción del tercero, mansote pero con recorrido con el que Manzanares alcanzó la faena más eslabonada de un espectáculo en el que, por lo demás, sólo hubo destellos de la condición de los artistas.

Lo primero el paseíllo. Si el currismo a la violeta luce como premisa que vale la pena sólo ver a Curro hacer el desfile, ayer fue lo cierto. Allá iba Francisco Romero López con tal empaque que parecía aquel faraón Menephta que reinó en el bajo Nilo, pero con la modestia de un mortal. El pasito corto, bien liado, mirando al suelo sin querer moletar. Allí había torero.
Y otro y caro: Rafael de Paula, arrebujado en el capotillo con la más barroca y cansina de las marchoserías. ¡Qué bien vestido iba usted maestro! Allí no sobraba ni la música. Sólo faltaba para rematar el cuadro la arrogante chulería de Manzanares y el conteoneo de dos o tres banderilleros -el brazo estirado como marcando la hora muertajusto delante de la pincelada suelta del aire a caballo de José Antonio Barroso, que, paradójicamente, se llevó una de las ovaciones de la tarde por no picar a un toro.

Pero esto no puede quedarse en la crónica de un paseíllo, ni siquiera del glamour flamenco que se congregó en la vestusta y descuidada plaza de Jerez -tal vez ayer sobró dinero y pueda Balañá darle una manita de pintura al coso- sino que hay que contar lo que pasó, o lo que vimos. Curro Romero sigue en su racha de ganas. La voluntad se le vió en los lances con los que paró al primero. Lo picó muchísimo, tres veces fue al caballo, y hubo aire en los primeros compases, con pasajes muy despacio y a media altura. Al citar para el primer natural se agotó el toro y Curro abrevió. El torero se tapó en el burladero cuando sonó la ovación e incluso asomaron algunos, equivocados, pañuelos.

En el segundo del lote de Curro, esta vez le midió más el castigo, salió Rafael de Paula -no menos voluntarioso- a hacer su quite. Fue muy bien banderilleado el blando animal por Alcalareño y apenas armó la muleta el de Camas el toro hizo por el torero. Aún porfió Curro cambiando la muleta de mano pero el toro se le quedó debajo. Punto final, el veterano torero le toca los costados y deja al toro listo para la muerte. Esa habilidad no hay quien se la discuta a Curro Romero.

Rafael de Paula parece que ha seguido aquel principio que enunció Juan Belmonte, a quien por cierto a finales de los cincuenta le encantaba ver torear a este gitano de Jerez que llevaba a su finca Bernardo Muñoz «Carnicerito de Málaga» a finales de los cincuenta: «Para torear bien hay que olvidarse del cuerpo». Rafael de Paula se ha olvidado del cuerpo. La torería no le cabe en el cuerpo, pero le falta forma para estar, con un mínimo de seguridad en la cara del toro. El de Jerez ni se confió ni se cruzó con su primero, y estaba casi a merced del toro en la suerte suprema. Su segundo, más problemático todavía y buscando al torero, después del puyazo quedó más manejable, pero Paula sencillamente, no pudo con él.

Manzanares encontró más colaboración en su primero, un toro con el que cuajó bellos momentos aunque no tuvo fijeza y manseó. Pero se desplazaba con recorrido, al final cantando más su condición viajando hacia chiqueros. El de Alicante metió los riñones y se gustó en ebllos pasajes con ambas manos y en los largos de pecho, pero con la espada emborronó su bonita labor. El sexto de la suelta, tras una voltereta y dos puyazos, agotó sus escasas fuerzas y se echó, lastimosamente, en la arena. Manzanares certificó su muerte y el fin del festjo, con media estocada.

(c) 1999 Diario de Cádiz








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