No es que ya se ponga casi imposible la Feria, sino que el runrún del
romerismo, hartito de que se contaran descabellos dos días antes en
lugar de contar verónicas dos días después, suele alargarse
tanto como los mismos lances de Romero que siguen dándose, con el pensamiento,
aunque ya hayan pasado veinticuatro horas, haya otros toros y otros toreros
en la Maestranza y la Feria siga aunque el recuerdo se quede retenido en el mejor rincón del sentimiento.
Torear en Sevilla detrás de Curro, cuando el Faraón está
en Romero, es poner aún más complicada la ya comprometidísima
cita que cada torero tiene en el Arenal sevillano y sólo añade un
problema parejo: intentar, después de un quite del camero, hacer algo en
el capote, porque hay comparaciones que son odiosas y, lo que es todavía peor,
peligrosas. Runrún del camero ayer en los tendidos, satisfacción
imposible de disimular por la fiel infantería del currismo que, sabiendo
sufrir más que nadie en la tensa espera de que a Curro le salga su toro,
también sabe disfrutar mejor que nadie los triunfos, cuentagotas de veinticuatro kilates, que el faraón les ofrece cuando ese toro, que casi nadie ve de salida, sí lo ve el faraón no más pisa el albero.
Ayer, día después del día grande, sólo la nube del
"hasta cuando" desdibujaba un cielo tan de azul intenso de recuerdos como verde es
la mejor de las esperanzas para ese currismo de siempre cuyo corazón le
obliga a pedirle al camero que siga porque, de no seguir él, costaría
mucho trabajo seguir sin él.
De ahí la búsqueda incesante de un heredero para cuando Romero deje
de heredarse a sí mismo. De ahí ese buscar sin pausa a ver quién
puede ser, porqué puede ser, cómo debe ser y cuando aparecerá
por la Pañoleta del pensamiento alguien capaz de volver a Sevilla loca
de remate toreando con las muñecas desmayadas para parar los pulsos.
Tardará en nacer, si es que nace, otro Romero tan rico en arte. Aunque
quizás tarde tanto porque al currismo le parezca todavía temprano
tal alumbramiento. Han sido tantos y tantos años queriéndolos tantos
quitar de enmedio, deseando acabarlo cuando parecía que se le habían
acabado sus toros, intentando echarlo de la Fiesta como si ésta no tuviera
en sus hechuras la más exacta medida del toreo, que ahora, cuando esos
años siguen pasando, cuando no termina de cuajar alguien que sea capaz de seguir bordando en el bastidor de su capote y cuando, aunque parezca mentira y no nos
lo queramos creer, Curro también cumple años, la desazón del
después sombrea un presente cuajado de verónicas que todavía
parece que el camero está dando.
Que no se entienda esto como demérito a ningún otro torero porque
desde el respeto admiro a todo aquel que tiene la fortuna de serlo o la gallardía de quererlo ser, sino que debe entenderse como mérito de aquel que, por más años pasen, sigue mostrando las realidades de nuestros propios sueños.
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